sábado, 4 de junio de 2011

CARLOS ROBERTO MORÁN


CARLOS ROBERTO MORÁN nació el 17 de agosto de 1942 en Santa Fe. Es periodista jubilado. Obra publicada: “Territorio posible” (cuentos; Editorial Amate, México, 1980), “Noticias desde el sur” (cuentos, Editorial Veracruzana, México, 1987), “Noticias de Sergio Oberti” (cuentos, Editorial Puntosur, Argentina, 1990), “Ella cuenta sobre el mar” (cuentos, Ediciones al Margen, Argentina, 2006). Ha participado en diversas antologías publicadas en libros y revistas aparecidas en Argentina, México, España, Bulgaria. Ha recibido, entre otros galardones, el 2° premio regional de la Secretaría de Cultura de la Nación, en el año 1994.



CUENTOS
(Antología Personal)

- Disponible para su lectura íntegra en PDF -


Congelados en ese instante
(Fragmento)

(...)

Le pareció que ella, aparte de sonreír, hizo un gesto, no podía determinar si con la cara o con las manos, o un movimiento de sus ojos, el pelo cayéndose sobre su frente, que le gustó. ¿Eso quería decir que estaba enamorado de la chica, entonces o en este momento en que daba vueltas en la cama sin poderse dormir?

No lo creía. Era el instante. Sí, ese instante.

Debió salir del ensimismamiento y preocuparse por una cuestión concreta: Ferrari, el nuevo gerente ‐y por qué se tuvo que jubilar Leiva‐ estaba tomando medidas que lo perjudicaban y ante esas letales decisiones algo tendría que hacer, máxime en estos momentos, cuando Pérez Zuviría se trasladara a París sin aguacero y a su regreso se apoderaría de todo. Sencilla y limpiamente.

Y a él no le dejarían ni el más oscuro rincón.

Exageraba. Pero no exageraba en absoluto.

Una conversación que quizás no llegara de ningún lado y en todo momento reinaba la alegría. Reinaba. La. Alegría. Tres palabras peligrosas que por fáciles no debía repetir. Pero no había otras.

Una mujer proveniente de ningún lado, que estaba ahí. Que sencillamente estaba ahí.

Exageraba. Y se estaba haciendo mucho mal.

Si a las tres no estoy dormido mañana voy a volverme un zombí en la agencia.

En la novela que nunca escribiría, en la que ponía y sacaba personajes, en la que triunfaba en todo aquello que la vida le negaba, en ese sitio de victoria y esplendor inexistentes nunca había figurado la muchacha de la risa.

Porque terminó bautizándose de ese modo, un título para un cuento lamentable, pero no encontró otra manera de llamarla. Aunque en la estampa ella no se reía, ambos eran felices, sencillamente.

Las expectativas generadas en torno a París, a lo que París podía dar y cuanto lo que desde París se podría llegar a conseguir, mantenían viva y ardiente a la agencia, era el todo de la agencia y Pérez Zuviría ascendía como globo aerostático mientras él, en tanto, contaba con la edad justa para no ser nada.

Sus experiencias ya no servían en la agencia porque habían sido desplazadas por otros abordajes, distintos conocimientos. Lo nuevo era lo nuevo y él resultaba considerablemente incapaz de aprender eso que estaba ahí, dentro de las computadoras, ese nervio vivo que venía en los espléndidos nuevos programas, brillantes como envoltorio de caramelo, y que, al contrario de su persona, Juan Pérez dominaba a la perfección.

Advirtió la estrechez. Del escritorio, de la máquina expendedora de café, de las miradas de las chicas que a él no le dirigían, de los escasos papeles que aterrizaban en su escritorio para que los diligenciara. Pasó al baño donde se mojó varias veces la cara pero no se miró ni una sola vez en el espejo. Había reconstruido las posibles palabras que se dijeron, una a una, la chica y él en ese momento (debía ser en el campo y el verano, por la claridad, a la mañana, una chica de ahora y él, él mismo, en cualquiera de los tiempos que le habían tocado en suerte), pero no tenía sentido ni escribirlas ni repetirlas.

Era un tesoro propio e incomunicable. No le servía a nadie más que él.

(...)


ENCUESTA A LOS ESCRITORES SANTAFESINOS

- Disponible para su lectura íntegra en PDF -

"Empecé a escribir sin ningún rumbo ni meta cuando tenía unos veinte años. Antes, informalmente, me había inclinado por el humor. De inmediato encontré en el cuento el género más afín a gustos y necesidades. Y también por lo que lograba conseguir, aunque ello fuese muy precario. Tardé muchísimo en publicar. Fue cuando tenía 38 años y eso fue debido a una invitación de un amigo epistolar mexicano, Raúl Hernández Viveros. De manera que mi primer libro de cuentos apareció en Xalapa, México, en 1980, sin haber conocido por entonces a esa ciudad, ni a mi consecuente amigo."

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